¿Estás?


  • ¿Cuántos de nosotros tenemos smartphones? Hoy en dia, la gran mayoría.
  • ¿Para qué los usamos? Para estar comunicados, para llamar, mensajear, para tener conexión en todos lados, para jugar, contestar e-mails, etc.
  • ¿Qué hacemos con nuestro smartphone cuando estamos en horario laboral/en una reunión/tiempo familiar/etc.? La mayoría de nosotros no lo apaga. Lo pone en “modo silencio” o en “vibración” pero podemos ver a través de la pantalla las notificaciones que vamos recibiendo. Quizás no las abrimos en el momento pero sabemos que llegan y que están a tan solo un click. Esto es a lo que denominé “el fenómeno del smartphone”.

¿Esa misma conexión que tenemos con el mundo virtual la tenemos con el mundo espiritual? La comunicación directa que podemos desarrollar con lo eterno se da mediante la oración. Esa oración puede darse en cualquier lado, de diversas formas y momentos. Puede ser en nuestra habitación o puede ser algo más simple como elevar un pensamiento al cielo.

Quisiera clasificar a la oración en dos tipos:
ORACIÓN ACTIVA
Si bien la oración siempre requiere un esfuerzo nuestro (como decía el salmista “bendice alma mía a Jehová”), la oración activa es aquella que sí o sí produce en nosotros un sentido de urgencia y movilización. Nos trae conciencia de la necesidad que hay, nos despierta, nos motiva, pone carga en nosotros, nos hace salir de la comodidad, nos hace salir de la rutina. Es una oración en la que nos descentramos y ponemos al otro como prioridad. Somos conscientes de lo que Cristo hizo por nosotros y nos quema el querer compartirlo. Somos agentes ministradores del reino.
Un subtipo dentro de esta oración activa es la oración intercesora. Si bien hay muchos ejemplos bíblicos que servirían de ejemplificación, me quisiera enfocar en la oración que Jesús hizo antes de partir (Juan 17) ya que el Hijo de Dios nos presenta al Padre:
*9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son
*11Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.
*15No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
*20Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
Es una oración que sale de lo más íntimo de Jesús, un clamor, una oración constante, una oración profética, de fe y súplica. Pone su vida por la causa por la que está suplicando.

ORACIÓN PASIVA:
A diferencia de la activa, en este tipo de oración nosotros somos los ministrados y consolados por el Padre. Surge en momentos de dolor, de crisis, de incertidumbre, de prueba, de pérdidas, etc. En los momentos más difíciles de nuestras vidas qué importante es no cerrar nuestra boca: aunque duela, aunque estemos heridos, enojados, desanimados, aunque tengamos inquietudes, reproches o preguntas. Que una frase (Jehová es mi pastor; Jesús es mi paz; Jesús es mi alto refugio), un versículo (“En lugares de delicados pastos me hará descansar, confortará mi alma”, “muchas son las aflicciones del justo pero Jehová lo librará de todas ellas”) o una palabra (Jesús, Salvador, Amigo, Padre) sean disparadores que rompan ese silencio en el que el enemigo toma lugar. Soltar una verdad sacude nuestro espíritu y no deja que se apague (“la fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios”, Romanos 10:17).
Dentro de esta oración, se encuentra la oración contemplativa. Aquella que quizás no requiere nada físicamente de nuestra parte, pero sí una apertura especial de nuestros sentidos (“las cosas invisibles de Dios se hacen claramente visibles (…) por medio de las cosas hechas”, Romanos 1:20). A través de algo, un objeto o una situación, Dios nos es revelado. A veces eleva nuestro espíritu hacia algo totalmente divino (nos trae revelación de que el Creador del universo mora en nosotros, o nos trae una profunda convicción de pecados, o nos conscientiza de que Dios es un Dios vivo, que cualquiera tiene libertad de acceso al Padre sin ser desechado por Él sino más bien amado y oído - estas son algunas de las experiencias que viví sentada en una iglesia católica: estando atenta, orando, observando, meditando) y otras veces vemos a Jesús encarnado en las cosas sencillas de esta tierra (un niño celoso de su madre con un bebé en brazos: el Espíritu Santo celoso de nosotros cuando prestamos especial atención a algo más que a Él; un padre escondiendole un caramelo a un niño para que éste se lo pida y lo busque: Dios con bendiciones para nosotros que nos van a ser otorgadas simplemente con pedirselas- algunas de estas experiencias las recibí sentada en un colectivo). Esta oración, que se ejercita, muchas veces nos lleva a dar acciones de gracias incesantes, nos inspira, nos muestra la faceta del Dios creativo, el Dios que no es estático: Aquel que se mueve como quiere, “llenandolo todo en todos”. ¡Abramos nuestros sentidos!


Más allá del tipo de oración que ejerzamos, lo importante es que nuestro espíritu “ore sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:18). Que el “fenómeno del smartphone” lo podamos trasladar al plano espiritual: nuestra conexión con Dios a tan solo un click, a un pensamiento, a una frase, a un sentir. 

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