La relación que nos da identidad
Cuando llegue el final, lo que SIEMPRE va a permanecer es nuestra relación de a dos con el Padre.
Las personas van y vienen de nuestras vidas, al igual que las circunstancias. Y si estamos enfocados y dependiendo tanto de los negocios de esta tierra, cuando ya no nos quede nada ni nadie en quién aferrarnos, cuál va a ser nuestro escondedero? Nos vamos a apagar por haber construido nuestras vidas en torno a cosas pasajeras? Quizás esas cosas nos sean lícitas, pero no se pueden constituir en la piedra angular de nuestras vidas.
Si queremos que nuestra respuesta a esas preguntas sea NO, procuremos seguir cultivando de manera más profunda, genuina e íntima nuestra relación con Dios. De esta manera, nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestro carácter y nuestras aspiraciones se sujetan, ni más ni menos, que a la Fuente de VIDA, ESPERANZA, GOZO y PAZ.
Cuando todo nuestro ser, involucrando a cada uno de nuestros sentidos, depende exclusivamente del Padre, nuestra vida se halla satisfecha: encuentra su máximo y verdadero sentido de existencia.
Al encontrarnos saciados, nuestras preocupaciones y sujeción a las cosas de esta tierra, se esfuman. ¿Por qué? Porque comprendimos que nuestra IDENTIDAD es celestial y no perecedera.