La oscuridad

La oscuridad no es el opuesto de la luz, es la ausencia de la luz.

Leí esta frase y no paré de pensar. 
Religiosamente, muchas veces, tildamos actitudes, acciones y hasta a personas como "pecadoras". Decimos que van EN CONTRA de lo establecido por Dios. Pensamos que van en DIRECCIÓN CONTRARIA a lo estipulado biblicamente. Afirmamos que lo que esas palabras o hechos son OPUESTOS al "reino de la luz".

Sin embargo, creo que esta frase termina de encuadrar la idea de la luz y la oscuridad bajo la impronta de la gracia. Cosas "malas" hacemos, decimos y pensamos todos. Todos en algún momento de la vida hacemos lo que nuestra mente no quiere, pero nuestro cuerpo sí. Y todos, en mayor o menor grado, tendemos a catalogar las acciones "malas" en distintos grados, poniéndo como polos opuestos a la oscuridad y a la luz. Imagino nuestra mente como una paleta entre el blanco y el negro, y cómo, sutilmente (o no), vamos pegando nombres y apellidos en la gama de matices entre lo "muy malo" y lo "no tan malo". 

Esa actitud es muy farisaica. Los pecados no se graduan: son todos iguales delante de los ojos de Dios. Por eso, decido mirarme y mirar a otros como "carentes de luz". Como dice esta frase, los errores que cometemos, consciente o inconscientemente, no son más que ausencia de luz. Cuando operamos de manera errónea conscientemente, es decir, cuando tenemos conocimiento de que lo que hacemos, decimos o pensamos no está bien, no necesariamente estamos corriendo en una dirección completamente contraria a Dios, sino que estamos haciendo que la luz que ya está en nosotros pierda su brillo y fuerza. Cuando lo hacemos inconscientemente, es decir, sin conocimiento, la causa de nuestro obrar es la ausencia completa de luz. 

Por eso, antes de medir tus actitudes y las de los demás como CONTRARIAS a lo que Dios estipula, nos invito a ponernos estos lentes de gracia: mirate y mirá a otros como obras en construcción a dónde la luz de Jesús brilla más o menos fuerte. Aspiremos de manera personal a hacer que esa luz resplandezca como un faro en nosotros. Y, más importante, desáfiemonos a incentivar a otros a hacer el bien. Nunca nos cansemos de hacerlo y nunca nos cansemos de tomarle la mano a nuestros próximos e instarlos a hacer el bien. 

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