La verdadera santidad

Por muchos años, y aún hasta en la actualidad, se dieron intensos debates sobre qué es ser santo, qué es la santidad, quiénes se irán al cielo y quiénes no. Durante siglos, se interpretaron versiones distintas sobre el significado de "ser santo". 

Lamentablemente, debido a incorrectas interpretaciones de esta noción, seguramente hubo personas que se sintieron juzgadas y hasta se alejaron del camino del Padre por pensar que no llegarían a cumplir parámetros tan altos. Por otra parte, muchas otras deben haber vivido la vida cristiana como si no importara tomar decisiones sabias y probablemente terminaron una vida que los alejaba del verdadero propósito de libertad y bienestar que encontramos en Cristo. Por eso, entender la santidad equivocadamente puede traer consecuencias extremistas: nos convertiremos en legalistas o en liberales.


Si pensamos que la santidad no es importante, viviremos como si nuestras acciones no tuviesen consecuencias. Si consideramos, por el contrario, que la santidad se resume a un par de reglas que debemos seguir en nuestras fuerzas, probablemente nos frustremos y nos volveremos implacables. La verdadera santidad no tiene que ver con ninguna de estas posturas.

La verdadera santidad es bifaz. Se define por estos dos aspectos:
  • la obra de Jesús;
  • la conducta que resulta de la obra de Jesús.
Efesios 1:4 dice: Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos.

Este versículo habla del primer aspecto de la verdadera santidad: nuestra identidad en la obra de Cristo, es decir, una condición basada solamente en la obra que Jesús hizo en la cruz. Nunca podríamos haber hecho nada para merecer esto. Tener el regalo de ser visto a través de Jesús, como en un espejo, es un regalo inmerecido de Dios. Cuando no hacemos las cosas del todo bien y cuando sí las hacemos bien, somos siempre mirados por la redención de Jesús por nosotros y no por quiénes nosotros somos o por lo que hacemos. 


Pedro 1:14-17 hace referencia a la segunda faceta de la verdadera santidad: 


Por lo tanto, vivan como hijos obedientes de Dios. No vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos. Antes lo hacían por ignorancia, pero ahora sean santos en todo lo que hagan, tal como Dios, quien los eligió, es santo. Pues las Escrituras dicen: «Sean santos, porque yo soy santo». Recuerden que el Padre celestial, a quien ustedes oran, no tiene favoritos. Él los juzgará o los recompensará según lo que hagan. Así que tienen que vivir con un reverente temor de él durante su estadía aquí como «residentes temporales».


El segundo aspecto de la verdadera santidad resulta de nuestras actitudes en concordancia con ese regalo que Cristo nos dió. Nuestras acciones tienen que corresponderse con la posición que ya se nos dio por gracia.¡Esto es tremendo! Porque entendemos que no se trata sobre ganar o perder la salvación. La salvación ya la tenemos gracias a la primera faceta de la santidad: la redención a través de Jesús. Esto se trata de la recompensa eterna que tendremos basada en cómo vivimos. 


Ahora, ninguna de estas dos facetas está basada en nuestro mérito o esfuerzo propios. Las dos son producto de lo que Dios nos dio: a su hijo. La primera faceta es consecuencia directa de ese regalo, es decir, somos santos por la sangre de Jesús de manera directa. La segunda faceta es consecuencia indirecta o derivada de la primera faceta, es decir, nuestras conductas se condicen de manera derivada con el don directo que Dios nos concedió: Jesús. 


Es por esto que debe salir de nostros a modo de agradecimiento el cooperar con este nuevo estilo de vida en Cristo así produciremos el buen fruto que deriva de la obra redentora de Jesús.

Es por esto que hoy elijo agradecerle a Dios por la obra redentora de Jesús que se hizo una vez y nos atraviesa para siempre.
Es por eso que elijo que ese agradecimiento se de a través de vivir una vida cada día más parecida a nuestro modelo a seguir: Jesús.
Es por eso que elijo no parametrizar las conductas ajenas ni imponer en las personas un "estilo de vida correcto" a seguir.
Es por eso que elijo cómo quiero vivir yo sin importar lo que hagan los demas: elijo honrar a Dios con mi vida. 

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