Dios global

En este viaje a California con mi esposo, nuestras primeras vacaciones juntos, aprendí algunas cosas que me gustaría dejar por escrito: una vez más, Dios se me reveló como un Dios global en varios aspectos. 

*Tenemos una familia celestial mucho más grande de lo que nuestra mente territorial imagina. El encontrarse con familias enteras sirviendo al Señor - adultos, niños, adolescentes, jóvenes y ancianos - alienta mi corazón. Es el mismo Dios, transfronterizo. 

*Dios nos busca aún en los lugares más recónditos e impensados. ¿Quién hubiera pensado que encontraría aliento y ánimo en la fe al estar de vacaciones en un país a miles de kilómetros de mi ciudad de origen? Sin decir nada, sin contar, sin siquiera pensar en todos mis embrollos personales y cuestionamientos con Dios y conmigo misma, Dios sale a mi encuentro. Pone lugares, paisajes, congregaciones y personas que hablan directo a mi espíritu. Acciones y palabras justas que impactan mi corazón; que responden mis preguntas; que le dan un cierre a mis ideas abiertas; que le dan matices a mis pinceladas lineales.

*El mismo sentir y conocimiento de facetas nuevas de Dios se dan a escala internacional. Sin asistir a la misma congregación, sin escuchar a los mismos oradores, sin pertenecer al mismo cuerpo local, Dios habla lo mismo y se muestra igual en distintos lugares del país. Las mismas acepciones del carácter de Dios que en la intimidad estuve disfrutando, las puedo compartir con hermanos en la fe de distintas partes del mundo. ¿No es eso increíble? 

*Puedo ver crecimiento. Encuentro lugares en el exterior a donde veo a la Coni de hace 10 años reflejada. Lugares de mucha solidez y crecimiento en la palabra. Lugares de vínculos y convicciones firmes. Y le agradezco a Dios por haberme llevado a más. Por haber hecho que, de alguna manera, pudiese tomar Su mano en el momento justo para que mi espíritu pueda elevarse un nivel más... ¡Gracias Dios por saber lo que mi vida necesitaba de antemano; gracias por haberme llevado a aguas más profundas!

*Puedo ver gracia y compasión. Veo un pueblo que abraza cada vez más al distinto, al diferente, al dolido, al vulnerable... una iglesia que trabaja duro para no graduar pecados. Una iglesia que se sabe frágil y que aspira a poder amar cada vez más al prójimo desde un lugar de iguales y no de rangos. Una iglesia más humana, más imperfecta, pero más sabia al entender que para Dios alguien que lucha con su sexualidad es igual a alguien que lucha con su enojo. No hay pecados mayores a otros y, por ende, no hay mayores pecadores que otros. 

Dios venía revelandose como un Dios global a mi vida y este viaje terminó de confirmar que aunque no lo busquemos, Él está. A donde menos lo buscamos, Él aparece. Cuánto menos esperamos, a veces, Él más tiene para dar. 

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