Impacto social de Jesús

Hace unos días vengo dándole vueltas a un pensamiento que me tiene inquieta. Aquellos que nos consideramos seguidores de Jesús hace un tiempo, tenemos el anhelo en nuestros corazones de poder transmitirlo. Queremos poder compartir nuestra fe en un Dios vivo y real. Queremos que otros vean a un Jesús personal y cálido a través de nuestras acciones. 

Muchas veces, este sentir tan genuino, lamentablemente se traduce en querer traer más gente a determinada congregación (edificio al que llamamos "iglesia"). La esencia del evangelismo de Jesús nunca fue predicar para sumar "miembros" a su grupo. Al contrario, Jesús eligió 12 personas para que lo acompañaran siempre a donde él fuese. Al resto, él se acercaba a través de relación (invitando una cena a Zaqueo), a través de escucha (del problema que angustiaba a Jairo), de perdón, compasión  y protección al más vulnerable (cuando decide no juzgar y amar a aquella prostituta que ante la ley debía ser reprendida), de dones (revela la identidad de la mujer en la fuente de agua en Sicar y ahí ella cree en Él) y de milagros (cuando sana a ciegos, paralíticos y revive muertos).

Jesús hizo todo eso, afectó a muchas generaciones y "ganó" para el Reino de su Padre a miles de personas, a través de una relación personal de amor y de una acción concreta dirigida a lo particular, a unos pocos. Es decir, Jesús hablaba a multitudes, sí. Sin embargo, lo que impactaba ciudades y pueblos era el toque personal que tenía con unos pocos. Ese toque hacía que ellos corrieran la voz de quién era Jesús por lo que Él había representado para ellos: un amigo, un sanador, un profeta, un maestro, un hermano... Y, aún así, el Hijo de Dios se negaba cada vez que alguien quería seguirlo. Su paso por las vidas de las personas provocaba que la mayoría quisiera dejar todo y seguirle. Pero Jesús los alentaba a quedarse a donde estaban y a seguir multiplicando la semilla que él les había dejado. 

Si la visión de nuestras congregaciones hoy es hacer actividades para que más gente se acerque al edificio y así podamos decir que pertenecemos o tenemos una congregación de 1000 miembros, estamos en lo equivocado. 
Si la cantidad de actividades que proponemos como congregación nos impide construir relaciones de uno a uno en la semana con aquellas personas que aún no conocen de Jesús, estamos caminando erradamente. 
El interés siempre debe estar en extender el Reino de Dios y no en ampliar los edificios. El nombre de Jesús se levanta cada vez que escuchamos a ese a quien nadie escucha, cada vez que servimos una linda mesa a aquel que está rodeado de enemigos, cada vez que vestimos y abrigamos a alguien que lo necesita, cada vez que hacemos parte de nuestra familia al huérfano y al desamparado, cada vez que abrimos nuestra casa a vecinos, compañeros y conocidos... acciones concretas que hablan más fuerte de Jesús que el invitarlos a eventos internos de nuestras congregaciones. 

La ola de contagio por el amor de Jesús se da mediante acciones y tiempo de uno a uno. 
Los eventos masivos tienden a sacarle al evangelismo el foco íntimo y personal con el que se manejaba Jesús. 
Es sabio replantearse cuántas horas por semana estamos dedicando a la congregación y cuántas a la gente que necesita desesperadamente de Jesús. 
Es sabio congregarse y juntos poder extender su Reino e incluir a nuevos amigos a la comunión que existe entre los que amamos a Jesús... pero siempre con la apertura de hacernos verdaderos amigos de los que aún dudan.

Repensemos nuestra agenda semanal y nuestras motivaciones más profundas. ¡Gracias, Jesús, por ser nuestro modelo siempre en todo!

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