Alma

Pensaba que nadie es más responsable del cuidado de su alma que él mismo. Del cuidado del alma se desprende nuestra mirada hacia el afuera. ¿Cómo estás viendo aquello que te rodea? ¿Cómo estás nutriendo tu alma?

Invertir tiempo en una lectura, en una oración, en un pensamiento o en una canción puede cambiar el destino de nuestro día. Y, quizás, el destino de una vida entera. 

¿Cuántas veces nos despertamos o nos acostamos agobiados? ¿Cuántas horas del día nuestra mente está ocupada con dudas, inquietudes y problemas?

Esos pensamientos no desaparecen solos con el tiempo. Si sembramos en ellos, persistirán y se amplificarán. Erradicarlos conlleva una decisión. Dejar que esos pensamientos no fagociten nuestra mente y, en consecuencia, nuestra alma, requiere que los detectemos y los frenemos. 

La Biblia dice que el que está preocupado por su estatura, aunque mucha fuerza haga y muchas horas del día invierta en pensar en ello, no puede agregarse a sí mismo ni un milímetro más. Hay algunas cosas cuyas soluciones no dependen de acciones nuestras. Entonces, ¿para qué sembrar el tiempo y las fuerzas de nuestra vida dejando que crezcan en nuestra mente y corazón?

Para poder cambiar el rumbo de nuestro día, necesitamos decidir plantar en nuestros pensamientos ideas de bien, de paz y de esperanza. Podemos hacerlo mediante escuchar palabras que nos hagan crecer, mediante la lectura de alguna reflexión que nos inspire o mediante una conversación con nuestro Padre del cielo que nos eleve a los propósitos de bienestar que Él tiene para cada uno de nosotros. 

Cambiar nuestros pensamientos e invertir tiempo en ellos, cambiará el destino de nuestro presente. Al cambiar la atmósfera interna de nuestra vida, cambiará nuestro entorno. Y esto no se dará porque magicamente cambien las cosas a nuestro alrededor, sino porque nuestra manera de ver se transformará. Los anteojos con los que vemos la vida están altamente influenciados por nuestros pensamientos.

Elijamos cambiar la fuente de alimento de nuestra mente para hacer que nuestra alma engorde con cosas que son verdaderas, dignas, justas, puras, amables, honorables, virtuosas y que merecen elogios. Cuando nuestra alma se ensanche con todas estas cosas, la lupa con la que veamos la realidad se teñirá de colores de esperanza. 

Cambiar nuestros pensamientos inflará nuestra alma de virtud. Nuestra alma engrosada de virtud redundará en miradas esperanzadoras hacia aquello que nos preocupaba. Una mirada esperanzadora redunda en salud mental, física y espiritual. 

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