¿Cómo atravesás tu horno?

¿Conocés la historia de Sadrac, Mesac y Abednego en el horno de fuego?

En Daniel 3, se cuenta el relato en el que el rey Nabucodonosor obligaba al pueblo a postrarse frente a una estatuta de oro. Quien se negara a hacerlo, sería echado a un horno de fuego ardiente. 

Esta historia es conocida por la valentía de los 3 hombres al no inclinarse adelante de ningún dios que no fuera el Dios de la creación. También se la conoce por la respuesta de Dios al protegerlos y enviarles un ángel que pasara con ellos la prueba. Los atributos más resaltados de este relato son la valentía, la pasión, la fe, la dedicación, la honra y la fidelidad de estos hombres y de Dios.

Sin embargo, hoy quiero destacar un atributo más. Uno que en este tiempo está resonando a gran voz en mi mente. No puedo resumirlo en una sola palabra ya que es más bien una virtud que se desarrolla. Es la virtud de aceptar la voluntad de Dios. 

Sabemos y hablamos sobre la soberanía de Dios y sobre su control sobre todo. Mencionamos muchas veces que no puede caerse un pelo de nuestra cabeza sin que Él lo sepa. Decimos que todo resulta en un bien para los que confíamos en Él. 

Pero cuando estamos frente a nuestro horno ardiente, ¿cuál es nuestra actitud? Al atravesar una prueba, una pérdida, una enfermedad o una injusticia, ¿nos alcanza con repetirnos que Dios es soberano y que al final todo va a redundar en nuestro bien?

Estos hombres no solo creyeron eso, sino que dijeron: "Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. Pero, aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua" (Daniel 3:17-18). 

¿QUÉ? "...aun si nuestro Dios no lo hace así..." Estos hombres están contemplando la posibilidad de que Dios, quizás, no los salve del horno en llamas. Ellos creen en que Él puede hacerlo, pero también dejan en claro que si Dios no lo hace, ellos jamás harán lo que el rey les estaba pidiendo y seguirán amando a ese Dios en el que creen con todas sus fuerzas.

Esta virtud de abrazar la voluntad de Dios para nuestras vidas, sea o no lo que esperamos o queremos, es una característica que quiero cultivar y hacer crecer cada vez más fuerte en mi vida. No quiero que mi fe ni mi estado de ánimo dependan de cuán cerca están las respuestas de Dios a lo que yo le pido. Quiero que mi fe sea igual cuando Dios responde de la manera en que yo espero a cuando no lo hace. 

No quiero autoconsolarme con frases como "Dios está en control" o "Dios sabe todas las cosas". Quiero tenerlas tan enraizadas que no haga falta que me las autoproclame para tratar de convencerme de que Él es justo, aun cuando sus obras no estén dentro de mis parámetros. Quiero saberlo, pero más fuerte aun, quiero vivirlo cada día de mi vida. 

Es en nuestros hornos a dónde el grosor de nuestra fe sale a la luz. Esto no significa negar nuestra realidad o no sufrir por ella. Significa que, aun con dolor y sufrimiento, aceptamos cualquiera sea la voluntad de Dios sobre esa situación con un corazón agradecido. Agradecidos por cada segundo de vida que Dios nos concede, por cada don que nos regala por gracia y por poder tener el privilegio de conocerle y de saber que Él gobierna. 

Gracias, Dios, por no dejarnos nunca. Ayudanos a engordar nuestra fe al ejercitar oraciones perseverantes. Ayudanos a complementar esas oraciones con un espíritu humilde y sereno que acepte tu voluntad en amor por encima de la nuestra. Confiamos la fragilidad del regalo de la vida en tus manos siempre. Confiamos todos nuestros caminos, proyectos y decisiones a tu voluntad. 

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