El Dios misericordioso del A.T.

¿Conocés la historia de guerra de cómo el muro de Jericó se derribó gracias a que Josué y sus soldados marcharon 7 días alrededor de él tal como Dios les había indicado?

Si no la leíste, te recomiendo que la encuentres en Josué 6:1-27, la Biblia.

Al releer esta historia, mi atención se derivó en un aspecto concreto. Fijate lo que dice este versículo:

v. 17 "Solo se salvarán la prostituta Rahab y los que se encuentren en su casa porque ella escondió a los mensajeros".

Otra versión dice: "Solo se les perdonará la vida a Rahab, la prostituta, y a los que se encuentran en su casa porque ella protegió a nuestros espías".

¿Cuántas veces hablamos de la misericordia y de la compasión que JESÚS tuvo con cada persona marginada a la que le cambiaba la vida? ¿Con cuántos pobres, enfermos, asesinos, ladrones, prostitutas y gente socialmente excluída se juntaba Jesús? La cantidad de personas que Jesús no solo sanó y salvó sino que DIGNIFICÓ como seres humanos es incontable. 

Pero al leer esta historia en el antiguo testamento, mucho antes de la venida de Jesús como hombre a esta tierra, puedo percibir este hilo de misericordia y gracia atravesando a toda la Trinidad, no solo a Jesús. Veo a un Dios que ve a esta mujer en su condición indigna y decide salvarle la vida.

Seguramente Rahab se sentía sola, triste, sucia, poco digna, con poco valor, marginada... pero encuentra gracia en un Dios que la perdona en el mismo estado en el que ella se encontraba. Es decir, Dios no le pide que primero cambie, se limpie, se "santifique" o sea "perfecta" para poder ser salva y perdonada. Dios la encuentra en su pozo más profundo y deshumanizante, ve su corazón y su disposición, y eso es suficiente para perdonarle la vida. 

Dios nos encuentra en nuestros pozos más profundos y nos redime sin pedirnos nada a cambio. Dios, el del antiguo testamento, el del nuevo y el de hoy tiene esta inclinación que hace que un corazón dócil, dispuesto, sincero y abierto sea más grande que cualquiera mala obra que podamos estar haciendo. 

No se por qué tantas veces se lo ve a Dios como quién castiga o a quién hay que temerle. Una cosa es el temor reverencial por quién Él es y por todo lo que Dios representa, pero otra cosa muy distinta es el temor fundado en el miedo. 

Dios es un Dios misericordioso. Nos mira por nuestra disposición, nuestra intención y nuestro corazón y decide redimirnos, dignificarnos y darnos un futuro de esperanza.

Miren el final de la historia de Rahab: v. 25 "Desde entonces, Rahab y su familia viven con el pueblo en Jerusalén". 

Rahab no solo encontró perdón y redención, encontró identidad; encontró una familia que la aceptó y de la que nunca más se alejó.

Ser aceptos, redimidos y perdonados provoca en nosotros una profunda conciencia de identidad que hace que jamás queramos alejarnos de ese rebaño que nos acogió tal como eramos. 

Gracias, Dios, por vernos en nuestro estado más humano e indigno tantas veces y hacer que tus ojos se desvíen a nuestro corazón en vez de a lo que hacemos. Gracias por mantenerte siempre igual a través del tiempo. Nuestra seguridad está puesta en tu carácter inmutable. Te amamos.

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