Somos llamados a amar

Hace poco leí un devocional que hablaba sobre el etiquetamiento de la conducta ajena.

Muchas veces, sobre todo los que tenemos más tiempo dentro de "la vida cristiana", tendemos a decirle a las personas qué tienen que hacer, qué no tienen que hacer, qué y cómo deben ser.

Lamentablemente, muchas veces nos convertimos en "vigilantes" de las conductas ajenas. Las personas se sienten observadas por un otro (mayormente acusador) y, algunas veces de manera inconsciente, sienten que sus vidas son un examen constante. Sienten que lo que hagan o digan está siendo observado y, peor aun, evaluado de manera rigurosa.

Por eso, el mayor riesgo de la iglesia hoy es convertirse en vigilantes de pasillo. Esto hace que las personas crean que es más importante alcanzar la aprobación humana que amar a Dios. Se confunde la vida cristiana con tener que llegar a determinados estándares y parámetros de conducta (muchas veces irreales).

Dios nos llama a amar. Amar al otro, ese es nuestro rol con nuestro próximo. El Espíritu Santo es el que hace el resto de la obra. Él es quién trae convicción a la persona de manera personal y vertical de quién esa persona es y de qué lo llama Dios a hacer.

Esto se vincula con la mala interpretación de la frase "si no vivo para servir, no sirvo para vivir". Muchas veces, imponemos en las personas el submensaje de que "fallar" está asociado al (no) hacer determinadas actividades o a (no) cumplir determinados roles. Si no hacen determinadas cosas en nuestras iglesias (no sirven en los 25 ministerios, no van a todos los encuentros propuestos, no llegan temprano, no están sonrientes, no abrazan a todos...), entonces fallan.  Es así que las personas se alistan en un sinfin de actividades para complacer a Alguien. Buscan la aprobación humana hasta que sucede lo inevitable: se cansan. Esto pasa porque el principal motor de servicio no estaba fundado en el amor por Jesús, sino en alcanzar la aprobación de ese Alguien tan imperfecto como cualquiera.

El amor por Jesús es el que te lleva a querer tener intimidad con Él. Y la intimidad con Él deriva en querer ser cada día más como Él. Ese es el propósito por el que fuimos creados: conocerle y amarle. El resto de las cosas, lo que puedas o no hacer, a donde puedas o no servir, son derivados accidentales que vienen apegados al amar y conocer a Jesús. Entonces nuestro compromiso en cada cosa que hacemos es con Jesús y no con una persona. En consecuencia, cada cosa que (no) hacemos es entre Jesús y yo.

Usemos todas nuestras fuerzas diarias en conocer más a Jesús... lo vamos a amar, indudablemente. Cuando lo amemos, del resto, se ocupa Él.

A modo de recordatorio, una vez más, no somos dueños de las personas. Fin.



Entradas populares