Oportunidad. Perdón. Restitución.

Siguiendo la línea de las últimas entradas sobre la gracia y la misericordia de Dios, hoy quiero que consideremos la historia del Edén.

Dios, en su inmensa generosidad, le había concedido a Adán y a Eva comer de todo fruto del jardín del Edén. Les había dado tan solo una excepción: comer del árbol que estaba en medio del jardín. 

La serpiente, astuta, persuadió a Eva para que tomara el fruto prohibido. La serpiente trabajó con la mente y la identidad de Eva. La convenció diciendo que si comía el fruto prohibido, Eva podría ser igual a Dios, conocedora del bien y del mal.

Eva, en su humanidad, quería: poder (el conocimiento es poder), quería control (ella quería poder distinguir entre qué es lo que estaba bien y qué es lo que no estaba bien) y quería tener identidad divina al llegar a "ser como Dios". Eva se olvidó que su Creador la había hecho a Su imagen y semejanza. No le bastó eso. Ella quería ser Dios. No solo eso, sino que Eva compartió de ese fruto con Adán. 

Más allá de las consecuencias derivadas de esta historia, quisiera poder enfatizar en la reacción de Dios tras esta desobediencia por parte de Su Creación especial. 

Dios, en su carácter omnisciente y omnipresente, podría haber destruído todo en ese momento; podría haber castigado a Adán, a Eva y a la serpiente en el instante en que Eva muerde esa manzana; podría haberlos hecho desaparecer del Edén allí mismo...

Sin embargo, Dios hace 3 cosas para darles OPORTUNIDADES a Adán y a Eva:

1) Esperó a que el fruto "haga efecto". Una vez que Eva comió, no solo hubo tiempo suficiente para que le diera de probar ese fruto a Adán, sino que hubo tiempo suficiente hasta que se les abrieron los ojos y tomaran consciencia de su desnudez. Hubo tiempo, además, para que entretejieran hojas para cubrirse. Y hubo tiempo hasta que "el día comenzó a refrescar". ¿Por qué Dios deja pasar este lapso de tiempo? Yo creo que Dios les estaba dando tiempo a sus hijitos, quienes tenían acceso directo al padre, para que ellos se le acercaran primero. Dios esperaba que sus hijos tomaran la primera decisión de acercarse a contarle qué había pasado y por qué lo habían hecho, con un corazón quebrantado... 
Dios siempre nos da espacio y tiempo para que tomemos conciencia de lo que hacemos/decimos y para que podamos sentir libertad de acercarnos a Él con plena confianza, sabiendo que sus brazos de Padre amoroso nos van a contener.

2) Llamó al hombre y le dijo "¿a dónde estás?". Dios sabe exactamente a dónde estamos y qué estamos haciendo. Pero, en su inmenso amor por su creación, por nosotros, le da una segunda oportunidad a Adán y a Eva de contar lo sucedido. Dios podría haber ido directamente a donde ellos estaban escondidos y enjuiciarlos. Pero hace todo lo contrario a lo que estaba en Su derecho de hacer: los llama, les pregunta... 

3) No da nada por sentado. Cuando Adán le confiesa a Dios que se escondieron debido al miedo por estar desnudos, Él le repregunta a Adán: "¿Y quién te ha dicho que estás desnudo?". ¿Pensás que Dios no estaba al tanto de la situación? ¿Pensás que Dios no sabía exactamente qué era lo que había pasado? ¡Claro que lo sabía! Pero, una vez más, quería que sus hijitos fueran honestos y sinceros con Él. Quería que sus hijitos pudieran hablar con Él, pudieran decir la verdad y, quizás, pudieran pedirle disculpas.

Dios ve que sus hijos le fallan con la única restricción que Él les había dado. Y aún así, en su dolor como Padre y como Creador, aboga para que sus hijos puedan acercarse a Él confiadamente. 

Para terminar la historia, una vez que Dios decide castigar a Adán, a Eva y a la serpiente, los destierra del Edén, ¡pero no sin antes CONFECCIONARLES ropa de pieles a cada uno y vestirlos! 

¡Esto es tremendo! Dios cubrió la verguenza de su creación cuando no tenía por qué; Dios dignificó a sus hijos; Dios los viste con ropa que Él mismo hace para que no sientan desamparo, frío, verguenza... Dios los PERDONA, les RESTITUYE lo perdido y los PROTEGE de las consecuencias directas que derivan de las decisiones que tomaron sus hijos. 

Dios nos escucha. Quiere que nos acerquemos a Él con franqueza. 
Dios nos perdona. Hay consecuencias naturales de nuestras acciones, pero Él nos perdona.
Dios nos cubre. Nos viste de un nuevo manto para restituir la dignidad que perdemos al andar por nuestros propios caminos.
Dios nos ama. Nos protege de lo que nos deparara como consecuencia de nuestro accionar.

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